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A veces, necesitamos escuchar lo que significamos para alguien

 

Todo el mundo necesita una manifestación hablada de lo que significa para otra persona, pues también forma parte del lenguaje emocional.

A veces, necesitamos escuchar un “te quiero”, un “eres importante para mí” o un “gracias por ser como eres”. Saber lo que significamos para alguien no es ningún acto de debilidad. No buscamos sentirnos validados, lo que necesitamos únicamente es escuchar en voz alta lo que siente el corazón, vernos reconocidos y acariciados a través de las palabras, del tono y de una voz sincera.


Recuerda: el amor no es algo intangible ni intraducible, no es humo, no es un perfume, porque el verbo “amar” se declina con nuestros cinco sentidos y es así como nos sentimos nutridos, reconfortados. No tenemos por qué dar por sentados los afectos cuando creamos un vínculo, el “ya sabes lo que siento” no basta ni alimenta una relación, y el “si estoy contigo es por algo” puede suscitar, en ocasiones, más dudas que certezas cuando de verdad amamos a alguien.

“Una palabra bien elegida puede economizar no sólo cien palabras, sino cien pensamientos”.

-Henri Poincaré-

Casi nadie necesita escuchar una y otra vez lo que significa para los demás, pero tener a nuestro lado a personas que no hablan el lenguaje de las emociones, que se escabullen y que no perciben la necesidad del otro por ser reconocidos o apreciados a través de la palabra, suele agotar. Incluso, lo que es peor, crean y alimentan dudas, incertidumbres e insondables vacíos.

A menudo, la persona que padece la hambruna de la caricia emocional, expresada a través de la palabra, está obligada a ser una traductora de gestos. Ahí donde leer el cariño a través de las miradas, la preferencia a través de las acciones, y la sinceridad a través de esas conductas cotidianas de un ser amado alexitímico que ni percibe ni expresa. Algo así, puede resultar sin duda agotador.

La necesidad de escuchar y sentir que somos importantes para alguien

Sentir el amor, el cariño y el reconocimiento en cada átomo de nuestros sentidos, en cada vibración de nuestros latidos y en cada conexión de nuestras células cerebrales nos confiere equilibrio, bienestar, plenitud. El ser humano está programado genéticamente para conectar con sus semejantes, porque es así como garantizamos nuestra supervivencia, porque es de este modo como hemos logrado avanzar, evolucionar, crecer como especie.

“Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde”.

André Gide

Por tanto, nadie debe autopercibirse como una persona débil o dependiente si echa en falta que su pareja o sus seres queridos le dediquen una palabra de afecto, un gesto de cariño traducido en una frase amable, en una expresión donde habite por igual la empatía y el cariño. Para nuestro cerebro es un acto muy significativo, y de ahí que necesitar un “gracias”, un “eres increíble” o “me encanta tenerte a mi lado” de vez en cuando sea algo no solo natural, sino lógico y necesario.

Por otro lado, no podemos descuidar algo esencial. No solo los adultos necesitamos escuchar lo que significamos para los demás. Los niños necesitan este tipo de gestos tanto como el alimento, tanto como esas manos fuertes que los sujetan mientras aprenden caminar, más que esa ropa con la que se visten o ese juguete tan caro que nos piden a cada instante.

Los niños necesitan el refuerzo positivo de la palabra y la caricia emocional, de esa voz que los valida, que les confiere seguridad, que les inyecta confianza y amor del bueno, de ese que da alas y hace crecer las raíces.

La importancia del vínculo afectivo y la calidad del mismo, determinará muchas conductas futuras; así, todo niño que en esa infancia más temprana se críe en un entorno de frialdad emocional, de inseguridad o de negligencia parental, tiene muchas más probabilidades de desarrollar trastornos de conducta, y claras dificultades a la hora de hacer uso de un adecuado lenguaje emocional.

Háblame sin miedos, háblame desde el corazón

Los analfabetos emocionales abundan en exceso, y no nos referimos solo a quienes padecen ese trastorno afectivo-cognitivo de la comunicación llamado alexitimia. Es algo más complejo, algo más profundo y que tiene que ver sobre todo en cómo nos educan. Lo podemos ver en muchos de nuestros entornos más cotidianos, escuelas, trabajos, etc., ahí donde crecen en abundancia los “secuestradores emocionales” en lugar de los “facilitadores emocionales”.

El lenguaje es el vestido de los pensamientos.

-Samuel Johnson-

Vemos niños que ejercen el bullying en las aulas o en las redes sociales, vemos directivos incapacitados para crear climas laborales más empáticos, respetuosos y creativos. Lo vemos en nuestro modo de comunicarnos, ahí donde llegar a pensar que al hacer uso de los emoticonos y de las caritas sonrientes ya construimos un lenguaje significativo y validante.

Sin embargo, no es así. Tal y como nos explican en el libro “Corazones Inteligentes” de Natalia Ramos y Pablo Fernández, a nuestro mundo le falta cierta aplicación práctica de la Inteligencia Emocional. Porque las emociones no se viven en abstracto, no son algo difuso, la vida no es una película de David Lynch, ahí donde el lenguaje narrativo aunque fascinante y simbólico, carece en ocasiones de sentido. La vida necesita un sentido firme y el amor, certezas.

Por tanto, hagamos uso efectivo del lenguaje, permitamos que sea un instrumento que crea y valida. Ahí donde ser valientes, ahí donde permitir que nuestro corazón cuide y acaricie, donde conectar con los demás a través de palabras positivas, de frases que transmiten un afecto real.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/

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